Como mi mascota me enseño a vivir la vida en paz y tranquilidad
Hace 12 años adquirí una perrita. Fue un acontecimiento grande para la familia, especialmente para mi adorada hija Jennifer, quien quedo muy contenta de tener una hermosa criatura a su lado. Su nombre era Perla.
“Perlita”, como la llamábamos, era una linda perrita, de la raza Beagle, tan simple y adorable, que se hacia querer por todo el mundo, especialmente con los hombres y le gustaba que la acariciasen. “Perlita” era la engreída y siempre me recibía con alegría, cuando yo llegaba a casa del trabajo, era como si ella se hubiese sacado la lotería.
Corría de arriba hacia abajo como una “loquita”. Movía su colita rápidamente, en señal de alegría de verme nuevamente y luego se acostaba boca arriba para que le acariciase su barriga.
Perlita entraba a la casa corriendo casi todas las mañanas para despertar a su “mami” mi hija Jennifer, corriendo tan rapido que se resbalaba en el piso de loseta y se chocaba contra el espejo del comedor, se levantaba, me miraba por un momento y seguía su camino hacia el cuarto de su “mami” para despertarla puntualmente, con una inmensa alegría de verla. Esa era Perlita.
En algunas ocasiones ella ladraba cuando alguien pasaba por detrás de la cerca que tenemos en el patio. Lo hacia cuando alguien de la familia estaba con ella. Si por alguna razón entrabamos a la casa, dejándola sola, se enteraba que no estábamos ahí a su lado, dejaba de ladrar y entraba en silencio a su cuarto, cuando salíamos nuevamente y notaba nuestra presencia, empezaba a ladrar otra vez. Perlita era un poco cobarde, pero dulce.
Lo que aprendí de Perlita fue una lección muy importante de la vida. Su paz y tranquilidad interior que ella poseía, mostrándome el camino a seguir en mi propia existencia, aceptando la vida tal cómo es que la mayoría de los humanos no estamos conscientes de ello. Me di cuenta además que para querer y respetar a otro ser viviente, no es necesario pedir nada a cambio, simplemente compartir nuestro ser interno sincero y puro, sin criticar, sin chismorrear, sin juzgar. No tenemos que buscarlo afuera de nosotros, sino dentro de cada uno de nosotros.
Alguien dijo alguna vez, que cuando más conozco al ser humano, más quiero a mi perro y esa declaración prácticamente lo dice todo. Los seres humanos estamos llenos de conocimientos, de sabiduría, nos creemos muy inteligentes, buscamos títulos, buscamos ser alguien, tenemos miedo de no ser alguien. A la vez creamos odio, somos insensibles, somos envidiosos, vivimos chismorreando de las otras personas, vivimos las vidas de otras personas y nos olvidamos la de nosotros mismos, estamos compitiendo a cada instante de nuestras vidas, buscando ser ganadores y no perdedores. Por lo tanto, creando más divisiones, viviendo en el pasado y en el futuro. Perlita siempre vivía en el presente.
Perlita sin embargo era como un libro abierto de la vida, donde uno podía ver con claridad su inmensa paz que existía dentro de ella.
Los seres humanos constantemente confundimos felicidad con alegría, la felicidad para ellos es divertirse, conseguir un título, ganar más dinero, ser conocido, casarse, comprar un carro nuevo o una casa, pero no se dan cuenta que eso que llaman felicidad, no es constante, sino pasajera. De manera lo que ellos sienten en ese momento es alegría o satisfacción momentánea que en cualquier momento se acaba.
Como aquellos que beben alcohol o hacen droga, están alegres en ese momento, pero cuando los efectos desaparecen, su realidad todavía está ahí. Su sufrimiento todavía esta ahí.
La felicidad por otro lado es tener paz y tranquilidad interior que es perenne y está dentro de nosotros, es como la profundidad del océano, donde yace lo que somos realmente. Pero no nos damos cuenta, porque nuestra mente está llena de conocimientos que no permite ver la realidad de nuestra propia vida misma.
Perlita no necesitó tener conocimientos de nada, no necesito hablar, no necesito leer libros, ni asociarse a ninguna institución para ser buena. No necesitó buscar a alguien que lo ayudara a entender la vida. Ella era más sabia que cualquier ser humano para comprender lo que es vivir en el ahora, libre de odios, envidias, rencores, sufrimientos y del ego.
Ella nos acepto tal como somos, no le importaba si eres rico o pobre, grande o pequeño, negro o blanco, inteligente o un idiota. Simplemente proyectaba su ser interior brindando amor, comprension, compasion desde lo mas profundo de su propia naturaleza interior.
Todo esto es lo que aprendí de Perlita y no tengo ningún temor ni verguenza de manifestarlo, porque ella era parte de la vida misma, tan igual como los seres humanos y las plantas. Todos somos uno solo, vivimos en una sola casa, que es el mundo, todo lo demás es insignificante a la realidad de la vida tal como fue creado. Gracias Perlita, descansa en paz maestra. Mucho amor donde quieras que te encuentres. Te quiero mucho.